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La vida del corchero
 
La vida del corchero 

La vida del corchero



Cinco y media de la mañana. Hora de levantarse, preparar el desayuno y encontrarse con los compañeros para que los tres coches de la empresa lleven a los 12 descorchadores, al capataz, a los cuatro recogedores y a los dos pesadores que forman la cuadrilla a la zona del Parque Natural de Los Alcornocales en la que toque trabajar.

Siete de la mañana. Hora de comenzar el trabajo. Tomás García, el más veterano del grupo y uno de los hombres con más experiencia en la labor, elige el árbol con el que comenzará la jornada. No tardará más de diez minutos en quitarle la piel al chaparro, siempre con la ayuda de otro corchero. Conoce bien el trabajo. Comenzó a trabajar de novicio en las corchas cuando tenía 19 años. "Entonces no era como ahora. Antes, te ibas al campo con el corcho natural y no volvías hasta después de 14 días, durmiendo bajo un árbol sobre colchones hechos con gamones o helechos. Ahora no, a las tres de la tarde nos vamos a casa y, quieras que no, ducharte y dormir en tu cama hace el trabajo menos duro", explicó Tomás, quien, pese a su edad -tiene 63 años- aún se sube en los alcornoques de corcho con una agilidad natural que otros ya quisieran.

Las planchas de corcho natural van acumulándose en el suelo. Le llega el trabajo a los recogedores. Entre ellos, Jalil Said, un saharaui afincado en Los Barrios desde hace 14 años. Es uno de los más jóvenes de la cuadrilla del corcho, aunque ya tiene experiencia en el duro trabajo del descorche porque, con ésta, ya lleva cuatro temporadas. "Es un trabajo duro, pero me viene muy bien por las fechas. Yo estudio fuera, y aprovecho el verano para sacar unas perras y poder pagarme casi el año entero en la Universidad", explicó el muchacho, que estudia Economía en Bilbao. Su trabajo en las corchas es amontonar el corcho para que los arrieros lo coloquen sobre los mulos y los lleven a pesar.

Nueve y media de la mañana. Toca descansar. Rocío Ortega es la única mujer que hay en la cuadrilla. Ella cubre las funciones de pesadora, en el primer año que se ha lanzado a trabajar como un hombre más en el Parque Natural de Los Alcornocales para ejercer una de las labores más tradicionales del campo. Amante de la naturaleza, tiene a un buen maestro en su familia en esto del descorche, el capataz, que es su padre. "Los días van pesando, y el cansancio se va notando", contó la barreña, que tiene 28 años y una hija de cuatro. No descarta volver el año que viene a trabajar en esto, porque sus compañeros la tratan muy bien. Estar desempleada y con la necesidad de pagar las letras de un coche son las razones que le llevaron al campo.

Diez y media de la mañana. Hora del desayuno. Cada corchero saca su nevera, con sus bebidas frescas. Otros prefieren café, fruta o bocadillos, que toman como un pequeño aporte de energía para el resto de la jornada que todavía queda por delante. "Antes venía con nosotros un cocinero, que hacía sopa para el descanso de la mañana y potaje de garbanzos para el mediodía, pero ahora ya no hace falta porque comemos en casa, aunque al final, trabajamos las mismas horas antes que ahora, porque hacíamos más descansos a lo largo del día", recordó Tomás.

Una del mediodía. Otra paradita para descansar. Hace calor, pero es necesario para que la corcha se despegue. Coger un hacha no es nada fácil y los corcheros lo saben bien. "Esto se aprende trabajando, pero si no sabes, no eres capaz de cortar el corcho", contó el veterano descorchador. Los cortes en la corteza natural de corcho hechos con pequeños y precisos golpes permiten desvestir el tronco del árbol sin dañarlo en lo más mínimo. Hay que saber manejar la herramienta principal no sólo para no perjudicar al chaparro, también por la propia seguridad del corchero. "Este año un compañero se cortó los tendones de la mano, y eso ya no tiene solución", lamentó.

Tras el descanso, los mulos siguen llevando quintales de corcho a la romana, casi sin ayuda. Conocen bien el camino. Recogedores y pesador dejan caer al suelo la carga, y van colocando la carga en la romana para pesarla. Apuntan un nuevo quintal y al montón, a la espera de que se venda para que venga un camión a recogerlo.

Tres de la tarde. Se acaba el trabajo por hoy. Los tres coches esperan para llevar a la cuadrilla de nuevo a Los Barrios. Unos doscientos quintales de corcho, como casi todas las jornadas. Últimamente cuesta trabajo vender la mercancía, con el auge del tapón de plástico. Seguramente, irán a parar a Portugal. Mañana será otro día.